La vida de Juan Wesley: «Es necesario nacer de nuevo»

La vida de Juan Wesley: «Es necesario nacer de nuevo»

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Juan Wesley fue usado por Dios para traer uno de los avivamientos más grandes de la historia. Durante su ministerio, miles y quizás millones de personas en Inglaterra se convirtieron a Jesús y cambiaron sus vidas. Este avivamiento cambió el país entero. Historiadores dicen que si no fuera por Wesley, Inglaterra hubiera sufrido una revolución sangrienta igual como la Revolución Francesa. Así dice por ejemplo John Telford en la introducción a su biografía de Wesley:

«(El historiador) Lecky atribuye al metodismo un lugar prominente entre las influencias que salvaron a este país (Inglaterra) del espíritu revolucionario que arruinó Francia. El demuestra cuán ‘especialmente afortunada’ fue que la industrialización en la segunda mitad del siglo XVIII haya sido ‘precedida por un avivamiento religioso que abrió un manantial de energía moral y religiosa entre los pobres, y al mismo tiempo impulsó poderosamente la filantropía entre los ricos.’ «

Casi al mismo tiempo, al otro lado del Océano Atlántico, Dios levantó a un predicador que iba a iniciar un avivamiento igualmente grande: Jonatán Edwards. Un amigo de Wesley, Jorge Whitefield, también iba a tener una gran influencia en este avivamiento. Las fechas de estos dos avivamientos, el americano y el inglés, coinciden de manera extraordinaria. Edwards experimentó los inicios del avivamiento en 1735; entre 1740 y 1742 este avivamiento se extendió sobre todas las colonias inglesas en Norteamérica, y en 1745 alcanzó a los indios nativos (por medio del misionero David Brainerd). – Juan Wesley experimentó su nuevo nacimiento en 1738, y entonces empezó en Inglaterra el avivamiento que duró varias décadas. – Pocos años antes (1727) había empezado un avivamiento en Alemania, con los Hermanos Moravos de Herrnhut, y de allí surgió el primer movimiento de misiones mundiales desde la Reforma. – Parece que Dios decidió renovar su iglesia a gran escala, durante aquellos años entre 1730 y 1750 aproximadamente.

Si comparamos este movimiento de avivamientos con la Reforma de Lutero y Calvino, resalta una diferencia particular. La Reforma enfatizaba la doctrina correcta: la justificación por la fe, por la gracia de Dios. Los avivamientos del siglo XVIII enfatizaban el entrar personalmente en la justificación y en la gracia de Dios. En otras palabras: Los reformadores preguntaban: «¿Crees en la doctrina de la salvación por fe?» Los predicadores de avivamiento preguntaban: «¿Tienes evidencia en tu propia vida de que eres salvo?»

No es que los predicadores de avivamiento hubieran tenido en poco la doctrina. Al contrario, la doctrina de la salvación era sumamente importante para ellos. Sin este fundamento puesto por los reformadores, los avivamientos no hubieran sido posibles. Pero los predicadores como Edwards, Wesley, etc, se dieron cuenta de que no era suficiente creer en la doctrina correcta. Era necesario experimentar personalmente el gran cambio que Jesucristo obra en la vida de un creyente. O sea, era necesario nacer de nuevo.

Juan Wesley experimentó esta necesidad muy profundamente en su propia vida.


Muchas buenas intenciones

Desde niño, Juan Wesley se esforzaba por llevar una vida disciplinada y metódica. Un biógrafo dice que aun cuando le preguntaban si quería un poco más pan, no respondía con «sí» o «no», sino decía: «Gracias, voy a pensarlo.» Su padre se exasperaba por ello y dijo un día a su esposa: «Te aseguro que nuestro Juan no haría caso ni a las necesidades más urgentes de la naturaleza, si no pudiera nombrar una buena razón para ello.»

Como estudiante de colegio, Wesley encontró que la vida de un estudiante típico era informal y superficial. Se decidió cambiar esto, y redactó para sí mismo un reglamento bajo el título: «Una regla general en todas las acciones de la vida.» En esto él se propuso, por ejemplo, «mantener siempre un temor pasmoso de la presencia de Dios», «emplear cada hora libre en asuntos de la religión», «evitar la curiosidad acerca de actividades y conocimientos inútiles». El se impuso también un horario rígido para su vida diaria. Pero muchas veces tenía que reprocharse a sí mismo porque no podía cumplir con estas reglas que él mismo había establecido.

Wesley estudió teología y fue ordenado pastor de la iglesia anglicana. Desde un principio predicaba acerca de la necesidad de llevar una vida santa y disciplinada. Esto impresionó a sus oyentes; pero muchos se molestaban porque Wesley era demasiado estricto y rígido. Entonces se le presentó una oportunidad para ir a América, a una colonia recién fundada en Georgia. Allí debía ser pastor de los ingleses que vivían allí; pero Wesley pensaba aun más en evangelizar a los indios nativos de aquellos lugares.


La prueba de la tormenta

Wesley viajó a América junto con tres compañeros, entre ellos su hermano Carlos. En el mismo barco se encontraba un grupo de hermanos moravos de Alemania, que también iban a vivir en Georgia. Wesley se sentía muy atraído hacia ellos y asistía a sus reuniones diarias. El escribió acerca de ellos:

«Ellos demostraron continuamente su humildad, llevando a cabo para los otros pasajeros aquellos trabajos serviles que ninguno de los ingleses haría. No pedían ni aceptaban ningún pago por ello, diciendo: ‘Fue bueno para sus corazones orgullosos’, y: ‘su Salvador amante ha hecho más por ellos’. Y cada día mostraban una mansedumbre que no se alteraba por ninguna afrenta. Si eran empujados, golpeados o derribados, se levantaban nuevamente y se alejaban; pero no se encontró ninguna queja en su boca.»

Aun en el barco, Wesley mantenía su estilo de vida ordenado y rígido. En su diario escribió:

«Nuestra manera normal de vivir era así:
Desde las cuatro hasta las cinco de la mañana, cada uno de nosotros se dedicaba a la oración personal. Desde las cinco hasta las siete leíamos la Biblia juntos (..) A las siete desayunábamos. A las ocho eran las oraciones públicas. De nueve a doce yo estudiaba el alemán y el Sr.Delamotte el griego. Mi hermano escribía sermones, y el Sr.Ingham instruía a los niños. A las doce nos reuníamos para rendirnos cuentas unos a otros acerca de lo que habíamos hecho desde la última reunión, y de lo que planeábamos hacer hasta la siguiente. Alrededor de la una almorzábamos. Después del almuerzo hasta las cuatro leíamos para aquellos [pasajeros] de los que se había encargado cada uno de nosotros, o les hablábamos aparte, según la necesidad. A las cuatro eran las oraciones de la tarde (…) De cinco a seis orábamos en privado. De seis a siete yo leía en nuestra cabina a dos o tres de los pasajeros (…) A las siete me reunía con los alemanes en su servicio público (…) A las ocho nos volvíamos a reunir para exhortar e instruirnos unos a otros. Entre las nueve y las diez nos acostábamos…»

El viaje fue bastante intranquilo, con vientos fuertes y tormentas, de manera que los pasajeros empezaron a temer por sus vidas. En esto, Wesley se dio cuenta de que en el fondo de su corazón él no estaba preparado para morir:

«Alrededor de las nueve, una ola pasó sobre nosotros desde la proa hasta la popa, rompió las ventanas de la cabina donde estaban tres o cuatro de nosotros, y nos cubrió completamente, aunque un escritorio me protegió del impacto más fuerte. Alrededor de las once me acosté en la cabina grande y me dormí pronto, pero sin saber si iba a despertarme con vida, y muy avergonzado porque no estaba dispuesto a morir. Oh, ¡cuán puro de corazón tiene que ser el que se alegraría de comparecer ante Dios sin advertencia previa!»

Pero lo peor estaba todavía por venir. Wesley escribe en su diario acerca de esta tempestad más fuerte:

«…A las cuatro, el viento era más violento que nunca… El barco se sacudía con movimientos tan desiguales que solo con gran dificultad uno podía agarrarse de algo para mantenerse en pie. Cada diez minutos hubo un golpe contra la popa o el costado del barco, de manera que uno pensaba que los tablones iban a hacerse pedazos.
… A las siete fui donde los alemanes. En medio del salmo que cantaban para comenzar el servicio, una marea rompió sobre el barco, rasgó la vela principal en pedazos, cubrió el barco y se derramó por entre las cubiertas, como si el gran abismo ya nos hubiera tragado. Los ingleses empezaron a gritar horriblemente. Los alemanes seguían cantando tranquilamente. Después pregunté a uno de ellos: ‘¿No tuvieron miedo?’ El respondió: ‘Gracias a Dios, no.’ Pregunté: ‘¿Pero no tuvieron miedo vuestras mujeres y vuestros niños?’ El dijo dulcemente: ‘No, nuestras mujeres y niños no tienen miedo de morir.’ – De allí fui a sus vecinos que gritaban y temblaban, y les señalé la diferencia en la hora de la prueba, entre el que teme a Dios y el que no le teme.»

Pero el mismo Wesley tampoco tenía la tranquilidad que tenían los hermanos moravos. Dice J.E.Hutton (en «Historia de la iglesia morava»): «Juan Wesley estaba profundamente perturbado. Con toda su piedad, todavía le faltaba algo que estos hermanos tenían. Le faltaba su confianza triunfante en Dios. El tenía todavía miedo a la muerte. – ‘¿Cómo es que no tienes fe?’, dijo a sí mismo.»


El primer intento misionero

En Georgia, Wesley fue asignado un pastorado entre los ingleses. Sucedió allí lo mismo como en Inglaterra: su predicación fuerte y estricta acerca de la santidad llamó la atención de todos, pero solamente se volvieron en contra de él. Pocos se dejaron convencer por él, y Wesley se vio constantemente envuelto en líos, intrigas y amenazas. Un miembro de su congregación le reprochó un día:
«No me gusta nada de lo que Ud. hace. Todos sus sermones son sátiras contra personas particulares, por tanto ya no quiero escucharle, y toda la iglesia dice lo mismo, porque no queremos ser ultrajados más. Además, dicen que son protestantes; pero en cuanto a Ud, nadie puede decir de qué religión es Ud. Nunca nadie aquí ha escuchado antes de una religión así. La gente no sabe qué pensar de ello. Y además, su comportamiento personal – todas las disputas que ha habido desde que Ud. vino, por culpa de Ud. De hecho, a ningún hombre o mujer en esta ciudad le importa una sola palabra de lo que Ud. dice. Así que Ud. puede predicar tanto como quiere; pero nadie vendrá a escucharle.»
Wesley añade en su diario: «El estaba demasiado calentado para escuchar una respuesta. Así que no me quedó hacer nada sino agradecerle por su franqueza e irme.»

Además, Wesley se metió en un enredo amoroso donde actuó con muy poca sabiduría. Una joven, que al parecer amaba a Dios, empezó a interesarse por él. A Wesley también le gustaba la joven, pero él había dicho muchas veces que era mejor quedarse soltero para poder servir mejor a Dios, y entonces él dudaba si Dios le permitiría casarse. Por causa de su propia inseguridad, vacilaba todo el tiempo entre hacerle esperanzas a la joven y alejarse nuevamente de ella. Este comportamiento la confundía de tal manera que al fin, en su desesperación, ella se casó precipitadamente con otro hombre.

Con todos estos problemas con su congregación y con su propia vida, Wesley nunca pudo llevar a cabo su propósito principal, de evangelizar a los indios. Su trabajo entre los nativos se limitó a unos pocos contactos.

Durante todo este tiempo, Wesley seguía reuniéndose con los moravos que vivían en el mismo lugar, y de vez en cuando buscaba consejo de ellos. Parece que ellos eran los únicos ante quienes él pudo abrir su corazón. En una conversación con uno de sus líderes, Spangenberg, éste le preguntó:

– «Mi hermano, tengo que hacerte primero una o dos preguntas. ¿Tienes el testimonio dentro de ti? ¿Testifica el Espíritu de Dios junto con tu espíritu, de que eres un hijo de Dios?»
Juna Wesley estuvo tan atónito ante esta pregunta que no pudo responder.
– «¿Conoces a Jesucristo?», continuó Spangenberg.
– «Yo sé que él es el Salvador del mundo.»
– «Cierto; pero ¿sabes que él te ha salvado a ti?»
– «Lo espero», respondió Wesley, «él murió para salvarme.»
– «¿Te conoces a ti mismo?»
– «Sí», dijo Wesley, pero no lo dijo con convicción.


La convicción por el Espíritu Santo

Al fin, Wesley regresó a Inglaterra antes del tiempo, prácticamente huyendo de Georgia. Durante el viaje en barco, él tuvo varias semanas para meditar acerca de su fracaso y las causas de ello. Y allí fue donde Dios le mostró con toda claridad la verdad: ¡El mismo todavía no había nacido de nuevo!

Durante este viaje, Wesley escribió en su diario estas palabras impresionantes:

«Me fui a América para convertir a los indios; pero ¡oh! ¿quién me convertirá a mí? ¿quién me librará de este corazón malvado de malicia? Tengo una religión de buen tiempo de verano. Puedo hablar bien, sí, y creer yo mismo, mientras no hay ningún peligro; pero cuando la muerte me mira la cara, mi espiritu se turba. Tampoco puedo decir: ‘Morir es ganancia’.
Tengo un pecado de miedo, de que al haber hilado
Mi último hilo, ¡pereceré en la orilla!»

Y más tarde:

«Son ahora dos años y casi cuatro meses desde que dejé mi país, para enseñar a los indios de Georgia acerca del cristianismo. Pero ¿qué aprendí yo mismo en este tiempo? Lo que menos sospeché: que yo, habiendo ido a América para convertir a otros, nunca fui convertido a Dios yo mismo.»

Tenemos que detenernos un poco en este momento tan importante en la vida de Wesley. El era un teólogo, un pastor ordenado, un predicador, un misionero. El conocía y creía todas las doctrinas importantes del cristianismo, y las enseñaba a otros. Sin embargo, tuvo que reconocer que él mismo todavía no había nacido de nuevo. Cierto, él creía que Jesús había muerto por él. Pero en el viaje y en Georgia, su fe había sido puesta a prueba – y salió desaprobado. Wesley tuvo que reconocer que en el fondo de su corazón, él no tenía fe.

¡Si tan solamente pudiéramos comprender la enseñanza grande y terrible que hay allí para nuestras iglesias hoy en día! Cuán rápidos somos en dar a alguien el nombre de «cristiano» y «hermano». Nos contentamos con que alguien asista a la iglesia, lea la Biblia, ore, dé sus ofrendas y diezmos, y sepa hablar en «cristianés» («Alabado sea Dios», «Hermano, que Dios te bendiga», …). Y si le hemos escuchado decir su «oración de entrega», ya no dudamos de que se trata de un verdadero cristiano convertido. En algunas iglesias hasta se considera un pecado mortal, cuestionar la salvación de una persona así. Pero Wesley había hecho todo lo que hacen estos «cristianos promedios», y aun mucho más. Había hecho sus votos de ordenación. Había cruzado el océano para convertir a los indios. Había llevado una vida más disciplinada y más piadosa que sus compañeros. Sin embargo, no había nacido de nuevo.

Entonces, ¿no sería lógico asumir que muchos de los supuestos «hermanos» en las iglesias, tampoco han nacido de nuevo? ¿y que aun muchos de los pastores y predicadores actuales no han nacido de nuevo?

Años más tarde, Wesley dijo en una prédica que durante todos aquellos años, él había sido solamente un «casi-cristiano». Uno que se esfuerza por guardar los mandamientos de Dios; que se esfuerza por hacer buenas obras; y que tiene un deseo sincero de agradar a Dios. Uno que cumple de corazón todas sus obligaciones religiosas. ¿No es esto lo que en muchas iglesias se entiende con un cristiano? ¿Y no hay muchos «hermanos» en las iglesias, que según Wesley ni siquiera serían «casi-cristianos», porque todavía viven conscientemente en pecado y no son sinceros en sus corazones? ¿Cómo pueden entonces creer que son salvos?
Pero aun siendo un «casi-cristiano», a Wesley le faltaba lo más importante (como dijo en aquella prédica): el auténtico amor de Dios y la auténtica fe. Su piedad y sus buenas obras eran nada más que esfuerzos humanos. El había imitado la vida de un verdadero cristiano; pero no había ninguna verdadera obra de Dios en su vida.

En otra oportunidad Wesley dijo que durante aquellos años, su fe era la fe de un esclavo, pero después Dios le dio la fe de un hijo.

La vida de Wesley debería servir como ejemplo, para abrir los ojos a cualquiera que piensa ser un cristiano, mientras en realidad solamente tiene costumbres religiosas.
¿Alguna vez Dios te ha convencido en lo más profundo acerca de tu pecaminosidad y tu incredulidad?
¿Ha habido en tu vida una obra auténtica de Dios, que cambió tu vida y convirtió al pecador que eras, en un santo hijo de Dios?
¿O es toda tu religiosidad solamente tu propia obra humana?

Una nota adicional importante: Dije arriba que en Georgia, la fe de Wesley salió desaprobada. Pero esto no tiene nada que ver con lo que la gente decía acerca de él. Algunos «cristianos» piensan que están «aprobados» cuando todo el mundo en la iglesia habla bien de ellos (y especialmente el pastor). Y piensan que están «desaprobados» cuando en la iglesia hablan mal de ellos (y especialmente el pastor). Esta es una idea muy equivocada. Solamente en tu relación personal con Dios se muestra si tu fe es aprobada. Veremos a continuación que después de nacer de nuevo, Wesley fue criticado y maltratado todavía mucho más – especialmente por los pastores de las iglesias. Sin embargo, su fe estaba entonces firme y aprobada.


El nuevo nacimiento

A su regreso a Londres, Wesley se encontró allí con otro hermano moravo que había llegado hacía poco desde Alemania, Peter Bohler. Le habló acerca de su desesperación, y durante los siguientes cuatro meses Bohler le aconsejaba en sus tiempos de tormenta espritual. En una de estas conversaciones, Bohler le dijo: «Mi hermano, mi hermano, tienes que ser purgado de esta filosofía tuya.»

Wesley relata la siguiente conversación, unas semanas más tarde:

«El domingo fui claramente convencido de incredulidad, de la falta de aquella fe que es lo único por lo que podemos ser salvos.
Inmediatamente el pensamiento golpeó mi mente: ‘Deja de predicar. ¿Cómo puedes predicar a otros, sin tener fe tú mismo?’ – Pregunté a Bohler si debía dejar de predicar. El respondió: ‘De ninguna manera.’ – Yo pregunté: ‘¿Pero qué puedo predicar?’ – El dijo: ‘Predica la fe hasta que la tengas; y entonces, puesto que la tienes, predicarás la fe.'»

En otra oportunidad, Wesley volvió a preguntar a Bohler acerca de lo mismo, y éste le respondió: «No, no escondas en la tierra el talento que Dios te ha dado.»

Así que Wesley seguía predicando, y la verdad de Dios estaba obrando poco a poco en su propio corazón.

El 24 de mayo de 1738, cuatro meses después de su regreso de América, Wesley estuvo en una reunión donde se leía el prefacio de Lutero a la Carta a los Romanos. Wesley relata:

«Aproximadamente a las cuarto para las nueve, mientras él describía el cambio que Dios obra en el corazón por medio de la fe en Cristo, yo sentí mi corazón calentarse de manera extraña. Sentí que confié en Cristo, en Cristo solo, para la salvación; y una certeza me fue dada de que El había quitado mis pecados, aun los míos, y me había salvado de la ley del pecado y de la muerte.
(…) No mucho después el enemigo sugirió: ‘Esto no puede ser fe, pues ¿dónde está tu gozo?’ – Entonces fui enseñado que la paz y la victoria sobre el pecado son esenciales en la fe en el Capitán de nuestra salvación; pero que el sentimiento del gozo (…) a veces Dios lo da, a veces lo retiene, según el consejo de Su propia voluntad.
(…) Las tentaciones regresaron vez tras vez. Cada vez levanté mis ojos, y El ‘me envió socorro desde su lugar santo’. Y en esto encontré la diferencia principal entre este estado nuevo y mi estado anterior. Yo estaba esforzándome, aun luchando con todas mis fuerzas, tanto bajo la ley como bajo la gracia. Pero entonces yo fui a menudo vencido; ahora, yo siempre era vencedor.«

J.E.Hutton escribe acerca de este cambio: «A partir de este momento, a pesar de unas dudas recurrentes, Juan Wesley era un hombre cambiado. Aunque no había aprendido ninguna nueva doctrina, pero había ciertamente pasado por una nueva experiencia. El tuvo paz en su corazón, estuvo seguro de su salvación, y a partir de entonces, como saben todos los lectores, él fue capaz de olvidarse a sí mismo, de dejar su alma en las manos de Dios, y de pasar su vida en la salvación de sus prójimos.»

Es muy interesante leer como Wesley describe el efecto de sus prédicas durante aquel tiempo:

«4 de febrero. En la tarde me pidieron predicar en S.Juan Evangelista. Lo hice, acerca de estas palabras fuertes: ‘Si alguno está en Cristo, es una nueva criatura’ (2 Cor.5:17). Después fui informado que muchos de los mejores en la congregación se ofendieron tanto que yo no debía volver a predicar allí nunca más.
Domingo, 12. Prediqué en S.Andrés, acerca de: ‘Aunque yo diera todos mis bienes para alimentar a los pobres, y aunque yo diera mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, no soy nada» (1 Cor.13:3). Oh, ¡dichos duros! ¿Quién los puede escuchar? Aquí también parece que no me dejarán predicar nunca más.
Domingo, 26. Prediqué a las seis en S.Lorenzo, a las diez en Sta.Catalina, y en la tarde en S.Juan. Creo que Dios bendijo el primer sermón más que los otros, porque éste causó más ofensa.
(…) Domingo, 7 de mayo. Prediqué en S.Lorenzo en la mañana, y después en Sta.Catalina. Fui esforzado para hablar palabras fuertes en ambas; y por tanto no fui sorprendido al ser informado que no debía predicar nunca más en una de estas iglesias.
Domingo, 14. Prediqué en la mañana en Sta.Ana, y en la tarde en la capilla Savoy, acerca de la salvación libre por la fe en la sangre de Cristo. Prontamente fui avisado que en Sta.Ana yo tampoco iba a predicar otra vez.
Domingo, 21. Prediqué en S.Juan a las tres y en S.Bennett en la tarde. En estas iglesias también ya no debo predicar más.»

¿Qué fue tan ofensivo en estas «nuevas» prédicas de Wesley? – Bueno, fue exactamente lo que él mismo había experimentado: que era necesario nacer de nuevo. Wesley entendió muy bien que los miembros (y pastores) de las iglesias estaban en la misma situación como él antes de su nuevo nacimiento: pensaban que eran cristianos, pero eran a lo máximo «casi-cristianos». Entonces Wesley les demostraba desde las Escrituras que necesitaban nacer de nuevo. Esta es la prédica más ofensiva, pero es también la prédica que la iglesia más necesita – no solo en los tiempos de Wesley, también en los tiempos actuales. ¿Dónde están hoy los predicadores que demuestran a los miembros y pastores de las iglesias evangélicas, que todavía les hace falta nacer de nuevo?

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